sábado, 28 de enero de 2012

"Poder, Estado y política", de Roberto Cortés Conde.

Poder, Estado y política es un estudio comparativo de dos países con regímenes fiscales muy diferentes desde su nacimiento como naciones: los Estados Unidos y la República Argentina.
Roberto Cortés Conde, destacado historiador económico, parte de un racconto de lo que fueron las teorías del Estado desde tiempos medievales hasta la modernidad, y cómo estas se vinculaban con la tributación, llegando al concepto de que no hay impuesto sin representación (no taxation without representation) que alegaron los revolucionarios de las trece colonias británicas de América del Norte.
El pretérito colonial de cada uno de estos países en grado considerable ha condicionado el desarrollo posterior de las fuentes de recursos para financiar a los Estados.
En las colonias británicas del norte de América, los trece gobiernos recibieron cartas del rey en las que les eran concedidas facultades de administración. Cada colonia tenía una asamblea en la que se votaban los impuestos, en su gran mayoría directos, es decir, a la propiedad. Con esos tributos se sustentaba la justicia, la seguridad y, en los ámbitos más locales, la educación y los hospitales. Durante el siglo XVII, mientras en la metrópoli se libraba una dura batalla entre el parlamentarismo y la supremacía del rey, las colonias lograron un mayor grado de desarrollo autónomo, sentando las bases para su propio desarrollo institucional. Tiempo atrás, he comentado en este blog el libro Democracy, Liberty, and Property sobre las experiencias constitucionales de Massachusetts, New York y Virginia. A diferencia de lo que ocurrió en Hispanoamérica, en las trece colonias jamás hubo una administración central.
En las colonias españolas, en cambio, sí hubo una clara presencia de la concentración del poder, y no hubo mecanismo de consultas para establecer impuestos. Asimismo, la gran fuente de ingresos era la minería que debía pagar las regalías, y los impuestos al comercio, sobre todo a través de las alcabalas, una suerte de aduanas interiores.
De este modo, en las nacientes repúblicas hispanoamericanas se carecía de una experiencia de gobierno propio y debió pasar del absolutismo centralizado a un ensayo de gobierno constitucional; y mientras en los Estados Unidos había impuestos locales y estaduales a los propietarios, esto resultó fácticamente imposible en las provincias argentinas por la falta de catastros, la escasa población y la falta de comunicaciones. Fue así como el Estado argentino logró consolidarse recién en el decenio de 1880 por la expansión del ferrocarril y el telégrafo, así como por la inserción en el comercio internacional que le permitió contar con los impuestos aduaneros para financiar al gobierno federal. Las provincias, ante la desaparición de las aduanas interiores y lo exiguo de sus ingresos por impuestos a la propiedad, se convirtieron en dependientes de los gobiernos de Buenos Aires.
A esta visión, agregaría que hubo un escaso desarrollo de la ciudadanía por pagar pocos impuestos, ya que el 90% de lo ingresado al Estado argentino provenía de las aduanas. Creo que el ciudadano medio se involucra en los asuntos públicos cuando siente la presión tributaria y quiere participar en su destino, de allí que en los municipios y condados de Estados Unidos se pueda exhibir un progreso de la vida cívica.

Roberto Cortés Conde, Poder, Estado y política. Buenos Aires, Edhasa, 2011. ISBN 978-987-628-135-5

domingo, 22 de enero de 2012

"Juan Atilio Bramuglia", de Raanan Rein.

Juan Atilio Bramuglia. Bajo la sombra del Líder es la interesante y bien documentada biografía que el académico Raanan Rein escribió sobre el primer ministro de Relaciones Exteriores de Juan Domingo Perón.
Bramuglia era hijo de un obrero ferroviario y comenzó a trabajar desde la infancia, sin descuidar su educación. No sólo terminó sus estudios primarios y secundarios, sino que también se recibió de abogado en la Universidad Nacional de La Plata y, luego, de doctor en Jurisprudencia. Desde muy joven se afilió al Partido Socialista, próximo al dirigente Mario Bravo. Fue el asesor legal del sindicato Unión Ferroviaria y, cuando el coronel Perón comenzó su rápido ascenso en el gobierno surgido del golpe de Estado de 1943, se unió al ambicioso secretario de Trabajo y Previsión.
En ese ámbito, junto al nacionalista José Figuerola, colaboraron activamente en la elaboración de normas de derecho laboral que hicieron sumamente popular al coronel Juan Domingo Perón. Rein asevera que la concepción era reformista; por mi parte, considero que el concepto de "justicia social" de Perón y de los grupos nacionalistas es una parte sustancial del nacionalismo católico, en tanto que apacigua la lucha de clases fomentada por el capitalismo, por lo que el rol del Estado sería el de equilibrar a los sectores en pugna, buscando la armonía social. Si bien Juan Atilio Bramuglia no era partícipe -al menos en esta etapa inicial- de esta forma de pensar, fue funcional a la misma.
En 1945 se desempeñó durante algunos meses como interventor en la Provincia de Buenos Aires, y desde allí comenzó a articular la vasta coalición de sindicalistas, antiguos socialistas, radicales y conservadores que habrían de apoyar la candidatura presidencial de Perón. Su gestión se truncó por las rivalidades que Perón tenía con los oficiales que recelaban por su ascenso político. En las jornadas de octubre de 1945, cuando Perón fue detenido y transportado a la isla Martín García, Bramuglia tuvo una actitud confusa sobre la presentación de un habeas corpus, reclamado por la entonces novia del coronel, Eva Duarte. Aparentemente, esa fue la causa del encono que le manifestó abiertamente Eva Perón.
Bramuglia aspiró a la gobernación bonaerense y logró el apoyo del nuevo Partido Laborista, pero Perón optó por su compañero de armas Domingo Mercante, en una situación confusa y de la que hay varias versiones, todas recogidas en el libro. También aspiró a ocupar el ministerio del Interior, en el que fue nombrado Ángel Borlenghi -también ex socialista-. Fue nombrado, pues, ministro de Relaciones Exteriores y Culto. Su misión fue la de cambiar la imagen de Perón en el ámbito internacional, ya que se lo identificaba con el fascismo y la simpatía por el Eje durante la segunda guerra mundial. Las credenciales aliadófilas del nuevo canciller contribuyeron a despejar en cierta medida estas sospechas sobre el movimiento peronista en algunos círculos en los Estados Unidos.
Años de descolonización e inicios de la guerra fría, el rol que le cupo a Bramuglia en ese contexto no fue menor. Por un lado, mantuvo una agria disputa con el embajador argentino ante la ONU, el doctor José Arce, de raigambre conservadora, quien se alineó junto a los países árabes en contra de la partición de la administración de Palestina, a fin de crear el Estado de Israel. Bramuglia, por su parte, estuvo de acuerdo con ese plan -apoyado, por otra parte, por los Estados Unidos y la Unión Soviética-. Finalmente, la Argentina se abstuvo en esa crucial votación como resultado de las desavenencias dentro del gobierno peronista. El canciller, asimismo, se opuso a la gira de Eva Duarte de Perón por Europa, especialmente su viaje a la España del generalísimo Franco en tiempos en que este régimen estaba aislado, por obvias razones políticas. Esto distanció aún más a la esposa del presidente del ministro de Relaciones Exteriores.
Esta manifiesta enemistad, señala Raanan Rein, se puede advertir en la prensa de la época: los medios peronistas -y en especial el diario Democracia, que respondía a Eva Perón- evitaban toda mención del canciller, en tanto que sus actividades sí eran informadas por los diarios independientes como La Nación y La Prensa.
El gran éxito diplomático de Bramuglia fue la razón de su ocaso: cuando la Argentina ocupó la presidencia del consejo de seguridad de la ONU, en pleno bloqueo soviético a Berlín occidental, el canciller ocupó personalmente el sitial. Hizo gestiones permanentes para apaciguar los ánimos en lo que fue la primera manifestación directa de la guerra fría. Su papel fue reconocido por los diplomáticos de las naciones involucradas y el mismísimo presidente Perón lo recibió al retornar. Sin embargo, fue este protagonismo el que lo llevó a tener que salir del gobierno, ya que Perón no toleraba ser opacado por ninguno de sus funcionarios. En 1949, durante un duro altercado con el embajador argentino en Estados Unidos en presencia de Perón, Bramuglia renunció.
Es sumamente probable que Bramuglia albergara intenciones de suceder a Perón en la primera magistratura. No lo olvidemos, Bramuglia era un político y esa es la ambición natural de todo hombre que aspire al poder.
En vano intentó volver a ocupar una función en los años siguientes; Perón no lo recibió recurriendo a excusas dilatorias. En 1955 fue detenido por el gobierno peronista en las jornadas de septiembre, en pleno desarrollo del nuevo golpe de Estado, ya que se sospechaba su proximidad a las fuerzas opositoras. Con Perón en el exilio, Bramuglia comenzó la organización de un partido político que nucleara a los peronistas, la llamada Unión Popular. Fue el primer intento de un "peronismo sin Perón". El gobierno de Aramburu, no obstante, no tuvo la habilidad de vislumbrar el futuro, llevando adelante una torpe persecución a todo el movimiento peronista que sólo sirvió para que una buena parte de la ciudadanía argentina añorara y mitificara al líder depuesto.
Esta la etapa en la que Juan Atilio Bramuglia se enfrentó con sus limitaciones: aspiraba a remplazar a Perón, pero el ex presidente seguía manejando los hilos desde el exilio con suma habilidad. La Unión Popular no llegó a presentar candidatos ni para la convención constituyente de 1957 ni para los comicios generales de 1958, entrampado en la lógica que supo imponer Perón a los "neoperonistas", enfrentados con los peronistas de línea dura. En 1961 Bramuglia visitó a Perón en España -irónicamente, su casa se ubicaba en la calle Arce, en homenaje al diplomático que tantas jaquecas le provocó al canciller- y, en estas entrevistas, parecía que el ex presidente daba su bendición al jefe de la Unión Popular. Mas al retornar Bramuglia a la Argentina, se encontró con que Perón bendijo a Andrés Framini con la candidatura gobernador bonaerense, desplazando la posible nominación de Bramuglia... Una vez más, Perón se burlaba acremente de su antiguo canciller, quien murió a los pocos meses.
Algunas reflexiones sobre Juan Atilio Bramuglia. En primer lugar, es un buen ejemplo de la movilidad social ascendente de algunos países de América del Sur, como Argentina y Uruguay, en donde con esfuerzo y tesón era posible que un niño que se vio obligado a trabajar para sustentar a su familia, llegara a graduarse como abogado y doctor en Jurisprudencia. El Partido Socialista, por su escaso desarrollo fuera de los grandes núcleos urbanos, no era un canal fluido para las ambiciones políticas de gente talentosa como Bramuglia o Borlenghi.
Discrepo con Raanan Rein en que el peronismo podría haber sido una fuerza reformista de carácter socialdemócrata. Este espacio político ya estaba ocupado por el Partido Socialista. Perón, ni por su formación, ni por su carácter tenía intenciones de llevar adelante una socialdemocracia al estilo europeo, ni tampoco creía en la creación de un partido político articulado y moderno. Su liderazgo era verticalista y autoritario, y el partido político institucionalizado es una cierta limitación al poder. El ideario de Perón -con todos sus vaivenes y guiños a todo el espectro ideológico- se puede ubicar en un nacionalismo populista como el que se fue desarrollando en los años treinta en Argentina. Su objetivo era disciplinar, aplacar el espectro de una revolución socialista, organizar desde las alturas del poder a la sociedad argentina.
Más allá de estas diferencias de enfoque, el trabajo de Raanan Rein, al igual que sus libros anteriores, son sumamente útiles para comprender el pretérito argentino y debe hallarse en la bibliografía de consulta de todo especialista.

Raanan Rein, Juan Atilio Bramuglia. Buenos Aires, Lumiere, 2006. ISBN 987-603-000-0