sábado, 21 de abril de 2012

"Alquimia asiática", de Mircea Eliade.

Que la alquimia fue el precedente de la química es algo bien sabido pero, ¿qué buscaban en realidad estos alquimistas? Mircea Eliade separa dos nacimientos de la alquimia: una en China, inspirada por el taoísmo, y otra babilónica y continuada en Alejandría. En este libro, Alquimia asiática, trata sobre el desarrollo en China en su afán por lograr el rejuvenecimiento, una vida prolongada y, finalmente, la inmortalidad. De allí que, a criterio de Eliade, se distancie de lo que conocemos como la alquimia greco-egipcia que tuvo lugar en el Mediterráneo, que se habría caracterizado por criterios más científicos.
Lo que buscaban chinos e indios era la "piedra filosofal", la sustancia que transmutara los metales en oro alquímico. No para acumular oro -no era este el objetivo-, sino que esa sustancia era la que permitía prolongar la vida e, incluso, lograr la inmortalidad. Ese conocimiento alquímico se transmitía del maestro al discípulo iniciado, era una enseñanza de carácter esotérico. Eliade señala que muchos místicos de India y China consumían mercurio con la convicción de que esta sustancia ayudaría a extender los años de vida. En el caso de la India, Eliade lo relaciona estrechamente con el tantrismo.
En rigor, señala el reconocido historiador de las religiones, todos los alquimistas eran iniciados. Los alquimistas chinos eran taoístas; los de la India, estaban vinculados al tantrismo; en Egipto, eran gnósticos; en Grecia, eran de los grupos herméticos. De hecho, para ser alquimista y manejar ese conocimiento poderoso del elixir que prolonga la vida había que ser un iniciado, y sólo aquel que pasaba por el regressus ad uterum -un nuevo nacimiento-, podía alcanzar ese conocimiento.
Señala un aspecto interesante que quizás hoy muchos ignoren, y es que se creía que el oro era un fruto maduro de la tierra. Todos los minerales eran potencialmente oro, pero que eran sacados prematuramente. Es por ello que ese elixir o piedra filosofal hacía madurar los minerales en oro: un oro puro, el oro alquímico.
En Occidente, la alquimia tuvo auge gracias en los tiempos del Renacimiento, cuando llegó el influjo del neoplatonismo y el hermetismo -véase la figura de Marsilio Ficino, por ejemplo-. En los principios del siglo XVII nacerá la orden de los Rosacruces, que buscará la renovación universal a partir del conocimiento de la filosofía química, despertando la adhesión de numerosos seguidores. Un célebre alquimista fue Newton, que escribió numerosos escritos alquímicos que no publicó en vida, porque temía que este conocimiento se vulgarizara por los riesgos que ello conllevaba. Su descubrimiento de la fuerza de gravedad era una pieza más en su exploración de la relación del microcosmos -cuerpo humano- con el macrocosmos. De hecho, Newton habría intentado integrar la alquimia dentro de la filosofía mecánica. Eliade señala que "Newton y sus contemporáneos esperaban que la revolución científica tomase un rumbo muy distinto del que de hecho tomó". Lo que anhelaban era la perfección del hombre. Es decir, que el hombre hubiese sido capaz de restaurar la perfección original, perdida in illo tempore según todas las mitologías.
Mitos que, afirma Eliade y que yo suscribo, fueron reemplazados por el del progreso indefinido y de que la ciencia podrá eliminar todas las barreras de la vejez y la muerte.

Mircea Eliade, Alquimia asiática. Barcelona, Paidós, 1992. ISBN 978-84-7509-825-8.

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