martes, 15 de octubre de 2013

"Ludwig Erhard: A Biography", de Alfred Mierzejewski.

Ludwig Erhard es una de las figuras más relevantes en la reconstrucción alemana tras la segunda guerra mundial. Su nombre, sin embargo, no suele aparecer en los textos de historia y quedó opacado por el canciller federal Konrad Adenauer.
En esta biografía se analizan sus ideas, trayectoria, paso por la función pública y personalidad, así como sus encontronazos con Adenauer, en cuyos gobiernos fue ministro de Economía y luego sucesor como canciller.
Erhard se enroló en el ejército durante la primera guerra mundial, combatió en el frente occidental en Francia, donde fue gravemente herido, quedando su brazo izquierdo más corto y con severos problemas en una pierna. Tras la guerra, comenzó estudios en una escuela de negocios y allí encontró su vocación por la economía, abrazando las ideas liberales desde joven. Trabajó en institutos de investigación y asesoramiento y se negó a afiliarse al nazismo desde 1933 en adelante. Al terminar la guerra, presentó sus ideas a las fuerzas aliadas que ocupaban la Alemania derrotada y fue incorporado a los gobiernos regionales de reconstrucción, llegando a destacarse en la administración de la economía en la región estadounidense. Opositor a la planificación de la economía y partidario de la liberación de precios y salarios, su momento clave fue la liberalización de la venta de varios productos en la bizona estadounidense-británica para que circularan libremente, con lo que el mercado negro retrocedió rápidamente.
Erhard fue cortejado por el partido FDP, el Partido Libre Democrático, para incorporarlo a sus filas. Sin embargo, prefirió acercarse a la CDU, democracia cristiana, aunque se afilió a ese partido formalmente en los años sesenta. Una rareza intelectual en el mundo de la posguerra, Erhard era lector de autores como Wilhelm Röpke, Walter Eucken y Alexander Rüstow, que ponían el acento de la competencia en una economía de mercado sin monopolios, carteles ni planificación. De estos académicos ordoliberales de la Universidad de Freiburg tomó el concepto de "economía social de mercado" que, a diferencia del liberalismo clásico, sostiene la necesidad de que el Estado cree los mecanismos para evitar la formación de monopolios y carteles que habían caracterizado la economía germana. 
Ludwig Erhard fue candidato por la CDU junto a Adenauer, que formó el primer gobierno de coalición de la posguerra. En este libro, el biógrafo Alfred Mierzejewski traza un contorno poco favorable a  Konrad Adenauer, presentándolo como un político pragmático, principalmente interesado en sostenerse en el poder, y que tuvo permanentes encontronazos con Erhard a quien, no obstante, mantuvo como ministro de Economía durante todos sus años como canciller. Y es que el ministro Erhard logró, a pesar de las presiones intervencionistas dentro de la CDU, de las críticas socialdemócratas y los intereses del lobby industrial, crear un ambiente propicio para la competencia y la iniciativa privada que impulsó el progreso económico alemán. Pero Erhard no fue nunca un hombre de partido, ni tampoco se interesó en las menudencias administrativas de su ministerio, por lo que Adenauer lo reprendía continuamente por sus viajes al exterior y aparente falta de interés en su función. Sin embargo, Erhard era una figura de gran popularidad, disfrutaba haciendo campaña por todo el país y la CDU lo necesitaba para ganar elecciones. 
Los fracasos de Erhard se debieron, según el biógrafo, a que Adenauer no lo sostuvo políticamente en su ley contra los carteles, y a que el canciller permanentemente lo vio como un rival al que debía contener. Erhard no pudo evitar la expansión del gasto en la seguridad social, el déficit y los gastos electorales. Fue un férreo opositor a la burocratización de la Comunidad Económica Europea, ya que su visión del libre comercio era más amplia y cruzaba a Gran Bretaña y a América del Norte. 
En 1963 Adenauer debió renunciar y el cargo de canciller fue ocupado por Erhard, quien logró un importante triunfo electoral, pero debió abandonar la función en 1966. Y es que Erhard no tenía apoyo en su partido, al que le resultaba extraño, así como no supo moverse con soltura y realismo en la política internacional con figuras como Charles de Gaulle y Lyndon Johnson. Esto no significó su retiro por completo de la escena pública, ya que permaneció como diputado en el Bundestag hasta su fallecimiento en 1977.
A juicio de Mierzejewski, Erhard fue víctima de su propia ingenuidad, en una sociedad que no comprendía los principios de la economía de mercado y que seguía creyendo en la necesidad de grandes líderes políticos.

Alfred Mierzejewski, Ludwig Erhard: A Biography. Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2004.

jueves, 10 de octubre de 2013

"The German Economy during the Nineteenth Century", de Toni Pierenkemper y Richard Tilly.

Tras la revolución industrial en Gran Bretaña y de las guerras provocadas por la revolución francesa y las invasiones napoleónicas, se inició el despegue de Europa continental. Lo que hoy conocemos como Alemania fue, entre 1815 hasta 1866, la Confederación Germánica, formada por 38 estados, entre los cuales se hallaban los territorios de la corona austríaca y de Bohemia, así como parte del reino de Prusia. Tuvo breve existencia la Confederación Alemana del Norte, hegemonizada por Prusia, que dio paso al Imperio Alemán desde 1871 hasta 1918.
En el reino de Prusia se abolió la servidumbre a comienzos del siglo XIX en forma gradual, por regiones, lo que no sólo significó una redefinición de los derechos de propiedad de los Junker en el Este prusiano, sino también una importante mejora en el cultivo de la tierra, ante la aparición de nuevos propietarios. Asimismo, desde Prusia se motorizó la unión aduanera llamada Zollverein, que lentamente fue sumando nuevos actores, lo que generó un gran intercambio de bienes con varios estados que formaban parte de la Confederación Germánica, estimulando a partir de los años 1840 la expansión ferroviaria. 
El progreso de las comunicaciones contó con el visto bueno estatal pero, sobre todo, con la inversión de capitales de los bancos privados. Estos pusieron dinero en el emprendimiento y llegaron a formar parte de los directorios de las empresas ferroviarias, una costumbre que se extendió a la industria minera, siderúrgica y electromecánica. Este proceso de industrialización se vio estimulado por la construcción de vías férreas que, en los comienzos, importaba los rieles y máquinas de Gran Bretaña, y alentó a la extracción de minerales en Alemania.
El Zollverein también fue creando una unión monetaria en torno al Taller prusiano, que se fue fortaleciendo por su convertibilidad a la plata, y se celebraron tratados monetarios con Baviera y Austria, lo que facilitó el intercambio económico entre los estados de la Confederación. 
Con la unificación en torno a Prusia y la creación del Imperio Alemán, en 1871, el Estado comenzó a tener un rol creciente a través del intervencionismo y el proteccionismo. Por presión de los terratenientes prusianos, en 1879 se estableció un fuerte régimen de protección aduanera a los productos agrícolas ante la creciente competencia de los cereales provenientes de Estados Unidos, América del Sur y las colonias británicas de ultramar, ya que los costos de transporte habían bajado significativamente con las nuevas tecnologías. El Imperio Alemán creó su banco central, el Reichsbank, y con él una nueva moneda convertible al oro, el Reichsmark, en 1876. 
Este progreso estuvo acompañado por la educación técnica y científica en las escuelas y universidades, que fueron ganando calidad y prestigio con el correr de los años. 
La política imperial estableció los cimientos del denominado Estado benefactor con el objetivo político de impedir el avance del socialismo, regulando las relaciones laborales y creando seguros de accidentes y jubilaciones. No obstante, la socialdemocracia alemana fue el principal partido político en la Dieta. 
El Imperio Alemán llegó a ser, en 1913, la segunda economía mundial; en el comercio internacional, el Reino Unido representaba el 15%, en tanto que los germanos el 13%, seguidos por el 11% de los Estados Unidos y el 8% de Francia. Fueron las ambiciones políticas del kaiser Guillermo II las que llevaron a Alemania a la fatal primera guerra mundial, con su vano sueño de la Weltpolitik.

Toni Pierenkemper y Richard Tilly, The German Economy during the Nineteenth Century. New York, Berghahn Books, 2004.

martes, 8 de octubre de 2013

"The Tibetan Book of the Dead: A Biography", de Donald S. Lopez.

En Occidente es muy conocido y leído el llamado Libro Tibetano de los Muertos, un texto sobre el que Donald S. Lopez escribe una biografía, centrándose en la singular vida de quien fue su compilador y difusor, el antropólogo estadounidense Walter Evans-Wentz. 
Walter Yeeling Wentz -luego se agregó el apellido Evans- era un seguidor de la Teosofía de Madame Helena P. Blavatsky y el capitán Olcott y, como tal, desde esa óptica realizó estudios de la literatura celta y luego incursionó en estudios sobre Egipto, la India y el Tíbet. Estudió literatura en Stanford y antropología en Oxford. Durante la primera guerra mundial vivió en la tierra de los antiguos faraones, migrando luego a la India, en donde adquirió los textos que luego compiló y denominó Libro Tibetano de los Muertos, asemejándolo al Libro Egipcio de los muertos. Desde el punto de partida de la teosofía, Evans-Wentz sostenía que se trataba de un conocimiento antiquísimo con origen en la desaparecida Atlántida. Lo cierto es que estos textos tibetanos se remontan, legendariamente, a la presencia de Padmasambhava en el siglo VIII en el Tíbet, en donde predicó el budismo. Si bien sabemos que Padmasambhava estuvo pocos meses en esa región, la leyenda sostiene que dejó numerosos textos enterrados o escondidos, que van siendo revelados paulatinamente. Uno de los monjes que halló esos textos sagrados, el Bardo Tödöl, fue Karma Lingpa. Este texto trata sobre la estación intermedia entre la muerte y el renacimiento, a fin de guiar a las personas en su tránsito en esos días en el más allá.
Walter Evans-Wentz tradujo al inglés una compilación, con sus propias anotaciones, pero él ignoraba la lengua tibetana. La traducción estuvo a cargo de Kazi Dawa Samdup, tal como siempre lo hizo constar Evans-Wentz, y así se publicó a partir de 1927 en adelante en Occidente. 
Donald S. Lopez Jr. señala que el libro es conocido y leído en Occidente, en tanto que en el Tíbet es apenas utilizado. Y es que algunas de sus partes son para los iniciados al budismo tántrico, a la par los monjes budistas tibetanos emplean otros textos para acompañar al muerto en ese tránsito.

Donald S. Lopez Jr., The Tibetan Book of the Dead: A Biography. Princeton, Princeton University Press, 2011.

domingo, 6 de octubre de 2013

"The Political Economy of Stalinism", de Paul Gregory

Paul R. Gregory es el autor de este libro dedicado a analizar la política económica del stalinismo en la que, ya estabilizada la Unión Soviética tras los años de la guerra civil y la aplicación de la llamada Nueva Política Económica (NEP), se embarcó en la planificación centralizada. Tras los debates internos del Politburó, en los que Stalin fue mutando sus posiciones para deshacerse de sus rivales del Partido (Trotski, Kamenev, Zinoviev y Bujarin), la economía centralizada primero requirió la colectivización de la agricultura para la "acumulación primitiva de capital", y luego pasó a la "super industrialización".
Gregory nos recuerda que fueron los economistas Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek los primeros en señalar la imposibilidad de la planificación centralizada de la economía. Años más tarde, Hayek subrayó en Camino de servidumbre la pérdida de las libertades individuales como consecuencia de la desaparición de la propiedad privada y la implantación del comando centralizado de la economía. A pesar del derrumbe soviético, de las advertencias de los economistas austríacos y de toda la experiencia histórica en distintos países en los que se aplicó el socialismo real, hay autores y políticos que persisten en esta idea: culpan al jinete y no al caballo. 
Paul Gregory, entonces, se zambulle en los archivos de la Unión Soviética para mostrarnos con abundancia de documentación que cuanto señalaron Mises y Hayek tuvo un gran acierto, pero asimismo se interroga cómo es que este sistema duró mucho más de lo que sus críticos hubieran sospechado. El libro es rico en historia fáctica, mostrándonos cómo es que se tomaban las decisiones de la economía socialista. Por un lado, el Politburó establecía los lineamientos generales de la economía en sus planes quinquenales, que eran reformulados una y otra vez durante la travesía. El mismísimo Stalin a veces se inmiscuía en detalles como las partes de los automóviles, la distribución de vehículos en las regiones, o bien cuántos carriles debía tener una ruta. Esto lo hacía para ser siempre quien tuviera la decisión final, a fin de conservar el poder y no relegarlo en los ministerios que, a su vez, se fueron multiplicando con el paso de los años. 
Ante la falta de incentivos, por un lado se aplicaron castigos drásticos al ausentismo, la pereza o la falta de productividad, poblando el sistema del Gulag. Por el otro, se toleraron con disimulo las metas que no se alcanzaban, cambiando sobre la marcha las metas de la planificación quinquenal. La "acumulación primitiva de capital" para la industrialización se realizó con la colectivización de la agricultura y la ganadería, que significó la muerte de una porción escalofriante de los pequeños campesinos conocidos como kulaky. El homo sovieticus tan proclamado y esperado no nacía, y los ministerios y empresas se manejaron con criterios de supervivencia política hasta los años ochenta. 
El autor remata aseverando que el problema fue el intento de planificación y no quién haya sido el jinete: la enorme cantidad de información no puede ser procesada ni siquiera con la aplicación de las nuevas tecnologías y, además, termina cimentando un sistema totalitario. O sea que el problema fue el caballo y no el jinete, ya que después de Stalin hubo otros como Jruschov, Brezhnev, Andropov, Chernenko y Gorbachov que no pudieron dominar a la fiera. 

Paul R. Gregory, The Political Economy of Stalinism: Evidence from the Soviet Secret Archives. Cambridge, Cambridge University Press, 2004.