viernes, 9 de enero de 2015

"Czech, German, and Noble", de Rita Krueger.

El Reino de Bohemia, parte integrante del Imperio Austríaco -llamado Austro-Húngaro a partir de 1867- y a la vez del Sacro Imperio Romano, tuvo una posición singular dentro del mundo germánico por sus raíces eslavas. La aristocracia bohemia, desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX, tuvo una serie de transformaciones que ayudó a delinear el discurso patriótico, primero en el marco de las ideas de la Ilustración, y luego en el del romanticismo.
La autora pone el acento en varios aristócratas que se involucraron en el desarrollo de las ciencias en Bohemia y Moravia -la actual República Checa-, no sólo como un medio de extender y ampliar el conocimiento, sino con el fin patriótico de volver a colocar a Praga en el circuito de las grandes discusiones académicas. Este estamento nobiliario hablaba alemán, francés e italiano en forma cotidiana; la lengua checa, en cambio, era de uso vulgar y recién en los inicios de la centuria decimonónica habrá un creciente interés por recuperarla y darle vigor.
En la atmósfera convulsionada y bélica de la revolución francesa y las invasiones napoleónicas, aristócratas como Kaspar Sternberg se volcaron al estudio sistemático de la botánica y mineralogía, haciendo aportes significativos. Pero estos esfuerzos no quedaron encerrados en los gabinetes de estudio, sino que pusieron esmero en difundirlos y crear instituciones en las que trabajaron científicos de orígenes burgueses. Es así como nacieron sociedades científicas y el Museo Nacional, que representó y reunió las contribuciones de Bohemia a las ciencias biológicas, geológicas, históricas y la literatura. También dieron impulso a las colecciones de artes plásticas y la difusión de la música y la ópera, siendo un gran ejemplo el del Teatro Nostitz, luego conocido como Teatro de los Estados a partir de 1798. Esta expansión de la ciencia y la educación, con miras a mejorar la productividad y a enaltecer la perfectibilidad humana a través de la instrucción y la racionalidad, fueron metas de la masonería en Bohemia, orden iniciática en la que se encontraban aristócratas y burgueses en un plano de igualdad.
Estas instituciones científicas creadas por el impulso de la aristocracia, permitieron que muchos burgueses pudieran desarrollar prolíficas carreras. Asimismo, algunos de estos burgueses, como František Palacký, tuvieron acceso a las bibliotecas que venían reuniendo los nobles. La aristocracia bohemia era anglófila en su inclinación política, y ello quedó en evidencia cuando se convocaron los estamentos en 1791, en los que expusieron las ideas del contractualismo de John Locke, del constitucionalismo británico, y de autores como Montesquieu y Voltaire. Políticamente no tenían ambiciones de emancipación nacional -esto ocurrirá a principios del siglo XX-, sino de recuperar la autonomía y el prestigio dentro del marco del imperio austríaco, difundiendo las ideas del constitucionalismo liberal.
En el libro se pone de relieve que para la creación de una nación no sólo se precisa de una narrativa histórico-política, sino también la creación de instituciones en los mundos de las artes y las ciencias, ya que en este caso se buscaba reinstalar a Bohemia -y a Praga, en particular- en la constelación de las grandes culturas europeas.


Rita Krueger, Czech, German, and Noble. Status and National Identity in Habsburg Bohemia. New York, Oxford University Press, 2009. 

sábado, 3 de enero de 2015

"Ottoman Brothers", de Michelle U. Campos.

El Imperio Otomano, que dominó desde las orillas del Golfo Pérsico hasta Argelia, y desde los Balcanes hasta el Mar Rojo, inició su lento derrumbe durante el siglo XIX, empujado por las potencias europeas y los nacionalismos emergentes. Este "hombre enfermo de Europa", cuyos fragmentos eran codiciados por varias naciones, hizo pocos esfuerzos por modernizarse, y en forma tardía. Anclados en la nostalgia de sus tiempos de expansión militar, los sultanes-califas no advertían el impulso de las nuevas ideas, confusamente mezcladas, de aspiraciones nacionalistas de emancipación de algunos pueblos con los principios del constitucionalismo liberal. Un intento de reforma fue el Tanzimat de 1839, así como la constitución parlamentaria de 1876, luego derogada por el Sultán durante la guerra con Rusia de 1878.
El sistema político, jurídico y social del Imperio Otomano estaba estructurado en torno a los millet, las comunidades etno-religiosas que lo componían. Las naciones europeas intervenían en defensa de las comunidades cristianas que allí vivían, por lo que la soberanía del Imperio era limitada en grado creciente. Era un entramado complejo, en el que las diversas comunidades coexistían y convivían con sus propios códigos.
En 1908, un regimiento de Salónica con el apoyo del Comité de la Unión y el Progreso (CUP) se alzó en armas para exigir la restauración de la constitución parlamentaria. Ante este pronunciamiento, el sultán Abdülhamid II reconoció de inmediato esa constitución, temeroso de que esta revolución se propagara sin control hasta las puertas de Estambul.
El libro de la doctora Michelle U. Campos, brillante y original, se centra en el período del constitucionalismo entre 1908 hasta los comienzos de la primera guerra mundial. Época fértil, de desenvolvimiento de la prensa, los partidos, la sociedad civil y la reflexión en torno al patriotismo otomano. Se discutía el concepto de ciudadanía otomana, pero allí se entrecruzaban distintas vertientes: liberal, republicana, comunitaria, etno-religiosa. Y desde esas perspectivas de la otomanidad se debatían el nuevo servicio militar obligatorio, la anexión de Bosnia-Herzegovina por parte del Imperio Austro-Húngaro, el sistema electoral y las aspiraciones nacionalistas de los sionistas y el arabismo emergente. Estas reflexiones en torno a lo cívico y la otomanidad se vieron enriquecidas por la explosión periodística en los distintos idiomas locales, además del inglés, francés y alemán. Como puente entre las comunidades, sobre todo entre los profesionales, actuó la masonería, que reunía miembros musulmanes, cristianos y judíos en un ámbito de fraternidad.
Las elecciones parlamentarias, con un sistema de segundo grado, pusieron en evidencia la sobrerrepresentación de la población musulmana, al calificar al sufragante por su capacidad impositiva. No obstante estas imperfecciones, el clima de ideas ayudó a difundir conceptos como el de "libertad", "representación" y "gobierno responsable", hasta entonces vedados por la censura gubernamental. 
Michelle U. Campos pone de relieve que estas comunidades religiosas, en particular las minoritarias, estaban fragmentadas: en Jerusalem había dieciséis denominaciones cristianas, así como rivalidades entre los judíos sefaradíes y ashkenazíes. Dentro de la comunidad judía, había quienes rechazaban al sionismo, como el destacado líder Albert Antébi, que buscaba una mayor autonomía pero sin salir del Imperio Otomano.
En 1909, el sultán Abdülhamid II intentó detener este proceso de constitucionalización, pero la consecuencia fue su reemplazo en el trono. Este episodio demostró la gran popularidad del constitucionalismo y la gran adhesión que despertaba en la población.
Sin embargo, esta modernización política fue tardía: en 1908, se independizó Bulgaria y Bosnia Herzegovina fue anexada al Imperio Austro Húngaro; en 1911, los italianos invadieron la actual Libia; en 1912 fueron las guerras balcánicas, que redujeron la presencia turca a la península de Tracia; en 1914, se desató la Gran Guerra, con los otomanos alineados con los imperios centrales. Fue en ese contexto bélico que los Jóvenes Turcos abandonaron el patriotismo cívico a favor de uno étnico religioso, que puso al panturanismo como objetivo de expansión militar hacia el Asia Central, que desembocó en el genocidio armenio.
El libro expone con rigor documental una etapa poco conocida y breve del Imperio Otomano, lo que lo convierte en un texto imprescindible para explorar el universo tan diverso, policromo y conflictivo del Medio Oriente.


Michelle U. Campos, Ottoman Brothers: Muslims, Christians, and Jews in Early Twentieth-Century Palestine. Stanford, Stanford University Press, 2011.

jueves, 1 de enero de 2015

"Las tumbas de Atuan", de Ursula K. Le Guin.

La niña Tenar es llevada a los cinco años a el Lugar, donde se hallan los templos a los Sin Nombre y al Dios-Rey, por ser la reencarnación de Arha, la Sacerdotisa Única. Allí vivirá con otras jóvenes educadas para el sacerdocio, pero su posición la diferenciará de las otras novicias. Ya en la adolescencia, Arha -ya el nombre de Tenar se desvaneció de sus recuerdos, tal como el de los primeros años con su familia biológica-, es iniciada en los conocimientos -o en la recuperación de sus conocimientos, adquiridos en innumerables reencarnaciones-y se adentró en lo que su ámbito específico del complejo sagrado: el Laberinto en donde habitan los Sin Nombre. 
Los recorrerá con paciencia y esmero, sin recurrir a luces -vedadas en aquellas tinieblas-, incorporándolos paso a paso, con cada una de sus cámaras, criptas y pasillos sin salida. Poco a poco fue advirtiendo la rivalidad de la sacerdotisa del Dios-Rey, que creía más en el poder que en las antiguas deidades. Ello explotó cuando Arha descubrió en el Laberinto a un intruso, un extranjero de los que había escuchado en narraciones sobre invasores que no tienen alma. 
Ese extranjero. Ged, será perturbador para Arha: un hechicero que conoce su verdadero nombre, Tenar, así como es un maestro del ilusionismo. Pero, ante todo, la expondrá ante lo que ella creía que eran sus creencias. Es así como Tenar-Arha se debate internamente en sus convicciones más profundas, decidida a mantener con vida a ese intruso extranjero que había irrumpido en ese ámbito en busca de un objeto sagrado. Tenar-Arha será una Ariadna que ayudará a este Teseo a salir del Laberinto. El mal no está corporizado por un Minotauro, sino que su presencia será esquiva, en esas tinieblas furiosas llamadas los Sin Nombre. Tenar quiere renacer, quiere volver a la vida, pero Ged le advierte que para ello debe morir Arha: mutación ontológica, paso iniciático hacia una vida plena lejos del oscuro laberinto para ver la luz, prohibida en aquel templo consagrado al mal. Ursula K. Le Guin resume ese tránsito en este vibrante párrafo: "Lo que estaba empezando a descubrir era el peso de la libertad. La libertad es una carga pesada, extraña y abrumadora para el espíritu que ha de llevarla. No es cómoda. No es un regalo que se recibe, sino una elección que se hace, y la elección puede ser difícil. El camino asciende hacia la luz; pero el viajero que soporta la carga acaso no llegue jamás a la meta". La libertad metafísica, meta del iniciado, supone la muerte del antiguo ser para emprender el sendero hacia un nuevo ser: pleno, libre, sin las ataduras de la ignorancia, pero que requiere esfuerzo, trabajo y voluntad.
Pieza magistral que reúne el saber iniciático, el trazado fundamental de las antiguas mitologías mediterráneas y lo mejor de la literatura fantástica.

Ursula K. Le Guin, Las tumbas de Atuan. Buenos Aires, Minotauro, 1987.