domingo, 27 de marzo de 2016

"El fascismo y la marcha sobre Roma", de Emilio Gentile.

Notable historiador italiano, Emilio Gentile narra detalladamente la marcha sobre Roma de 1922, cuando el fascismo se impuso como solución violenta ante un régimen parlamentario asediado por sectores cada vez más radicalizados. En libros anteriores, como La vía italiana al totalitarismo y El culto del littorio, Gentile se centró en la dinámica de vocación totalitaria del régimen y en sus trazos religiosos; en este libro, en cambio, recrea la atmósfera previa a la toma del poder, las discusiones, las dudas y los errores de los partidos democráticos.
Tras ser el ala más radical del Partido Socialista italiano, Benito Mussolini se embarcó en la defensa de la participación italiana en la primera guerra mundial. Esta ruptura con la izquierda italiana lo llevó por un nuevo itinerario, propio y novedoso, al ser uno de los líderes de los fasci de combattimento que quedaron tras la Gran Guerra. Y recalcamos que fue uno de los líderes, ya que Benito Mussolini no era el único, y que incluso el podio fue durante un tiempo ocupado por Gabriele D'Annunzio, un aventurero de la política. 
Durante el llamado "bienio rojo", cuando en 1920-21 los socialistas maximalistas y comunistas crearon un ambiente de caos dispuestos a impulsar una revolución de cuño bolchevique en la península italiana, los sectores liberales y democráticos se vieron desbordados y aparecieron con fuerza los escuadristas del fascismo, organizados en milicias, que enfrentaron violentamente a los grupos radicalizados. La democracia parlamentaria italiana, pues, estaba asediada por dos grupos que renegaban del constitucionalismo y el imperio de la Ley, ambos dispuestos a derrumbar los cimientos en que se apoyaba. Liberales y demócratas supusieron, erróneamente, que la incorporación de los fascistas al parlamento los aplacaría, integrándolos a la política de partidos. 
Si bien la estrella de Mussolini pareció menguar, supo rápidamente retomar el centro del escenario, ubicándose como líder de los escuadristas y fue subiendo el tono de sus críticas al orden liberal con una prédica incendiaria, dispuesto a demoler el parlamentarismo. Con una franqueza insólita, los fascistas hablaron abiertamente en contra de las libertades individuales, el parlamento, la democracia y el sufragio, un discurso que fue ganando terreno ante las crisis ministeriales de los gabinetes liberales de Luigi Facta. Los principales políticos del liberalismo italiano, como Giovanni Giolitti, no supieron comprender la nueva dinámica política que se estaba desarrollando con el fascismo, y cuando las escuadras avanzaron hacia Roma, las dudas que los carcomían terminaron por devorarlos.
No obstante, Mussolini también era un prisionero de los escuadristas, que querían desplegar su violencia a cualquier precio, impulsados por Michele Bianchi, en tanto que otros sectores minoritarios del PNF (Partito Nazionale Fascista) querían evitar la toma del poder y llegar a un acuerdo con los partidos tradicionales. Mussolini se decidió por capturar el "instante huidizo" a fines de octubre de 1922 en un juego de disimulos y ocupación efectiva de ciudades, muchas veces con el visto bueno y la pasividad de las fuerzas policiales y militares. El rey Vittorio Emanuele III, que podría haber puesto freno a la avanzada fascista hacia Roma con la declaración de estado de sitio, se negó en el momento oportuno, una decisión de la que se desconoce la razón, aniquilando con ello la supervivencia de la dinastía después de la segunda guerra mundial.
Mussolini y los fascistas, ya en el poder, implantaron la lógica del partido único con vocación totalitaria, persiguiendo y acallando toda voz crítica, estableciendo el monopolio de la expresión de la nación italiana, como si el resto hubieran sido enemigos de la patria. Fueron pocos los contemporáneos que advirtieron el nacimiento de un nuevo régimen con características singulares, siendo los más los que suponían su derrumbe inmediato o que se trataba de un simple aventurero. Así, pues, los fascistas supieron aprovechar los errores de los sectores democráticos y liberales, su dispersión e inacción, para marchar sobre Roma e implantar la dictadura.

Emilio Gentile, El fascismo y la marcha sobre Roma. Buenos Aires, Edhasa, 2014.

viernes, 25 de marzo de 2016

"Reconfiguring the Silk Road", de Victor H. Mair et al.

Con la contribución de la arqueología y los estudios lingüísticos, se abren nuevos horizontes en el estudio de la "ruta de la seda" o, como señalan varios autores, las rutas de la seda, en plural. Así bautizada por el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen hacia fines del siglo XIX, se la concibió durante decenios como un camino comercial que unía a Roma con la China de la dinastía Han. 
No obstante, los estudios han ido demostrando que esta vía ya existía mucho antes del comercio de la seda, hacia fines del segundo milenio y principios del primer milenio aC. Asimismo, no es una ruta sino un complejo entramado de varias rutas que se articulaban en el intercambio de bienes, personas, ideas, concepciones religiosas, símbolos.
La investigación arqueológica en la región del Xinjiang arroja nuevas luces sobre Asia Central y sus particularidades religiosas y políticas, así como las contribuciones que en esta vasta región se han hecho al desarrollo de las civilizaciones. En tiempos pretéritos, las lenguas indoeuropeas circularon de Occidente hacia Oriente; siglos más tarde, el camino fue inverso. Allí vivieron pueblos que sirvieron como nexos entre mundos, como los sogdianos, que actuaron como puentes intermediarios de culturas diferentes. No existía un viajero que fuera desde Europa hasta el Lejano Oriente, ida y vuelta, sino que se realizaban tramos cortos en los que se iban intercambiando a lo largo de los caminos.
Lejos de la idea romántica que atrajo a tantos europeos, este sistema de rutas permitía vincular a reinos e imperios, religiones y filosofías a través de intercambios de alto valor simbólico que prestigiaban a las dinastías involucradas.

Victor H. Mair, Jane Hickman et al., Reconfiguring the Silk Road: New Research on East-West Exchange in Antiquity. Philadelphia, University of Pennsylvania Museum of Archaeology and Anthropology, 2014.

domingo, 20 de marzo de 2016

"El elefante desaparece", de Haruki Murakami

Fiel a su estilo singular, Murakami despliega su talento en esta serie de relatos en los que entreteje lo cotidiano con lo fantástico, un desplazamiento que se produce sin sobresaltos, con absoluta naturalidad. Desde situaciones prosaicas se pasa al ámbito de lo inesperado, a veces en frecuencia onírica, como si no hubiera muros que separaran a ambos planos de la realidad. Una mujer que simplemente deja de dormir y se apasiona con la literatura rusa en una vida oculta, un empleado en la fábrica de elefantes que hace un trato con un enanito bailarín, un hombre que incendia establos en desuso sin razón aparente, son algunos de los relatos que abarca esta serie. El primero de ellos es el inicio de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, probablemente un esbozo de lo que después desarrolló como novela. Los personajes no tienen nada de extraordinario, no son héroes: son personas comunes, con sus desvelos, errores y tragedias, aburrimientos y secretos. 
Murakami nos muestra que la separación entre lo cotidiano y lo fantástico, entre lo "normal" y lo insólito no es una muralla de difícil paso, sino una débil tela que apenas separa un escenario del otro, y de que cuanto nos rodea puede transformarse en un universo inesperado inadvertidamente. 

Haruki Murakami, El elefante desaparece. Buenos Aires, Tusquets, 2016.

viernes, 18 de marzo de 2016

"La broma", de Milan Kundera.

Cuando se produjo la revolución comunista en Checoslovaquia en 1948, el joven Ludvik Jahn era uno de sus entusiastas partidarios. Dirigente juvenil y universitario, propagandista convencido, buscaba conquistar a la ingenua Marketa. No tuvo peor ocurrencia que escribirle una postal en la que se burlaba del optimismo, concluyendo la misiva con un "¡Viva Trotski!". Esa broma, la broma, es el inicio de la pesadilla vital de Ludvik Jahn, la ficción que magistralmente narra Milan Kundera en esta novela. 
Expulsado del Partido Comunista y de la Universidad, enviado a trabajar en las minas de Ostrava durante varios años para "redimirse" de su "trotskismo", Ludvik Jahn vive mascullando el rencor por la vida extraviada por una broma en tiempos en los que no había el menor espacio para el humor. Allí sobrevive en un ambiente embrutecedor, militarizado, un paria sospechado que no logra escapar del rencor que lo alimenta. Herido, hiere a su entorno, lastima a la mujer que se le aproxima a pesar de su existencia semiesclava. Crece en edad, acumula años, pero no logra evadirse de ese pasado al que anhela corregir.
Planea, pues, una venganza contra el camarada Pavel Zemanek para humillarlo, ya que no lo defendió cuando pudo hacerlo ante el resto del Partido. Y el escenario será su antiguo pueblo natal en Moravia, en donde tropieza con figuras de su pasado a las que, de un modo u otro, también lastimó. 
Jahn está absorto en su propio itinerario perdido, busca tontamente enmendar aquel episodio que lo llevó a una perdición absurda, con años de maltrato en las minas. Y es por ello que no logra leer los cambios que lo rodean, ni las consecuencias de sus propias acciones. Al buscar venganza, inspirado por un rencor que lo mantiene alerta, no advierte que se hace más y más daño a sí mismo, hasta que se da cuenta en una situación límite.
Obra de gran contenido de reflexión existencial, esta novela de Kundera -como tantas otras- se adentra en los pliegues más recónditos de la dimensión humana, exhibiendo la falibilidad y lo fragmentario del conocimiento que tenemos de cuanto nos rodea. Cada personaje se habla a sí mismo, apenas sin oír a los otros, en densos monólogos que no se articulan en conversaciones. Son vidas separadas por abismos de silencios, de dolores, que apenas se hablan con murmullos con disimulos. Con apenas 37 años, se siente abatido cuando advierte que sus planes de venganza son absurdos, comprendiendo la desesperada búsqueda de una reparación a la injusticia sufrida que nunca habría de llegar.
Una novela de profundo contenido humano más allá de las peripecias políticas que le sirven de escenario, que invita al lector a reiteradas y provechosas lecturas.

Milan Kundera, La broma. Buenos Aires, Tusquets, 2013.

domingo, 6 de marzo de 2016

"The Muslim Question and Russian Imperial Governance", de Elena Campbell.

Desde que los rusos comenzaron a expandirse hacia el sur y el este, la incorporación de otros pueblos que profesaban -con mayor o menor rigor- el Islam chocó con la Ortodoxia que nutría la ideología imperial de los zares. Catalina la Grande, inspirada en la Ilustración europea, desarrolló políticas de tolerancia religiosa hacia los musulmanes, a la par que seguía anexando territorios en detrimento del Imperio Otomano. Sus sucesores retomaron la política de la cristianización de esos pueblos, especialmente de los tátaros, ubicados en regiones estratégicas como Crimea.
Fue la guerra de Crimea, claramente, la que puso en evidencia la dudosa lealtad de los tátaros hacia el imperio moscovita. Conflicto que nació por rivalidades religiosas, nutrió la sospecha de los rusos ortodoxos hacia los tátaros musulmanes, en un contexto de desarrollo de concepciones nacionalistas que enhebraban lo nacional-lingüístico con las creencias. Así, el ruso era ortodoxo, el tátaro era musulmán, el polaco era católico, por sólo mencionar tres ejemplos elocuentes. En un terreno difuso y complejo se hallaban los tátaros conversos a la Ortodoxia, a los que se miraba con suspicacia. Esto se hacía mas dramático por la prohibición a la "apostasía", es decir, que el cristiano ortodoxo no podía abandonar esa fe por otra, aunque la hubiera practicado en secreto.
La vasta política de modernización económica y social del zar Alejandro II, tras la derrota en Crimea, obligó a preguntarse en voz alta por los pueblos no rusos que habitaban en el Imperio colosal, sobre todo con la rebelión polaca de 1863. La comparación de los polacos con los pueblos turcomanos del sur de Rusia y el Cáucaso parecía inevitable ante los ojos de las autoridades zaristas.
El especialista en lenguas túrquicas Nikolai Ilminskii propuso revitalizar la Ortodoxia rusa para afrontar lo que observaban como "tatarización" de los pueblos no rusos en las regiones meridionales y orientales del Imperio. Su acento estaba puesto en la preparación y mayor autonomía de las parroquias, ya que estas eran vistas como escasamente instruidas y poco activas en comparación con la labor de los musulmanes. Asimismo, Ilminskii quería que los sacerdotes ortodoxos conocieran las lenguas locales, a fin de mantener fuertes vínculos con los cristianos no rusos, así como para poder predicar y convertir al resto. Su visión de cristianización en el largo plazo, chocaba con el movimiento del jadidismo, de Gasprinski, el intelectual tátaro que buscaba incorporar la ciencia occidental y sus modos de educación entre sus compatriotas.
No hubo una concepción única en torno a la "cuestión musulmana" dentro del Imperio de Rusia. Si bien el énfasis estaba puesto en que el Zar era el protector de todos sus súbditos, independientemente de sus convicciones religiosas, no se logró articular un patriotismo cívico que trascendiera esas fronteras. La ideología imperial se asentaba en la autocracia, la idea nacional -rusa- y la Ortodoxia, por lo que la Iglesia Ortodoxa Rusa era la oficial y tenía preponderancia sobre otras creencias. Este edificio tembló en sus cimientos con la derrota sufrida en la guerra con Japón, que obligó al zar Nicolás II a otorgar libertades y la creación de la Duma. Si bien el margen de acción de la Duma era estrecho y la población musulmana del Turquestán no tenía representación, los musulmanes liberales articularon un bloque con el partido liberal Constitucional Demócrata (KD, o "kadetes"), presentando demandas de mayores libertades y autonomías locales. 
El segundo temblor, y esta vez letal para el imperio zarista, fue la primera guerra mundial, en la cual enfrentó al Imperio Otomano, gobernado por el sultán y califa. Se libró entonces una vasta campaña de propaganda en la que Alemania y Austria-Hungría se presentaron como amigas del Islam, y el sultán otomano llamó a una jihad. El panturquismo, que proponía la unión de todos los pueblos turcomanos, también ejerció influencia durante la Gran Guerra en las mentes de los soldados musulmanes que estaban en las trincheras. 
No sólo la Rusia imperial no logró hallar una respuesta a la "cuestión musulmana", sino tampoco la encontró la Unión Soviética, que buscó aplanar toda diferencia nacional y religiosa con la imposición de su ingeniería social clasista. La implosión de 1990-1991 demostró que estas convicciones seguían vivas, muy vivas, a pesar de todos los experimentos que se hicieron para callarlas.

Elena Campbell, The Muslim Question and Russian Imperial Governance. Bloomington, Indiana University Press, 2015.