lunes, 13 de noviembre de 2017

"The Origins of the Second World War in Europe", de P. M. H. Bell.

Campo fértil para controversias, las causas de la segunda guerra mundial, aun cuando han pasado decenios de su fin, sigue despertando debates académicos y políticos. El libro de Philip Bell es una de esas obras que sacuden la mente, que provocan la reflexión, que nos llevan por caminos que resultaban insospechados. Ya con varias ediciones, es preciso leerlo y releerlo para poner en consideración sus hipótesis, que se alejan de las explicaciones más aceptadas y generalizadas. En su visión, Neville Chamberlain fue un hombre de gran carácter y determinación, cuyo objetivo era evitar una nueva guerra. 
En su perspectiva, la teoría que afirma que desde 1914 hasta 1945 se libró una misma guerra con una etapa de cese de fuego en el medio, es insostenible. Esta teoría deja a un lado las coordenadas ideológicas del nazismo para centrarse en los elementos comunes del Imperio Alemán con el del Tercer Reich, como ser la conformación de un estado germano con predominio en Europa. Bell sostiene que Hitler, en sus primeros años, actuó con suma prudencia hasta 1935, cuando se empeñó en desplegar una política exterior de expansión, tal como lo había sostenido desde sus inicios en la política en los años veinte. Ya desde el comienzo en el poder, desde enero de 1933, impulsó la remilitarización de Alemania y el desarrollo de una maquinaria bélica capaz de dominar el continente en los años cuarenta. 
Bell remarca la adhesión que despertó la Sociedad de las Naciones en Europa occidental, en especial en la opinión pública británica. Este status quo comenzó a resquebrajarse aceleradamente con la crisis económica de los años treinta, que fueron el terreno feraz en el que se desenvolvieron los movimientos antidemocráticos, nacionalistas e irredentistas. El ascenso del nazismo está estrechamente vinculado a esta crisis, ya que hasta entonces era un partido marginal en la República de Weimar. El fascismo, en cambio, si bien ya llevaba varios años en el poder, nunca logró poner en marcha su dinámica totalitaria, a pesar de las pretensiones de Mussolini. 
Si bien había sintonía entre el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán en cuanto a percepciones sobre el uso de la violencia, el desprecio por las libertades y la vida, el primero no estaba imbuido del antisemitismo que caracterizaba al nazismo y que fundamentaba su teoría racial de la historia humana. Mussolini, además, tenía influencia en Austria y tenía ambiciones de expansión en el Mediterráneo, pero intentaba no chocar con franceses y británicos. El distanciamiento italiano de sus antiguos aliados durante la Gran Guerra tendrá comienzo con la guerra de Etiopía, ocasión en la que la Sociedad de las Naciones impuso sanciones al régimen de Mussolini. Luego la guerra civil española sirvió para alejar a Italia aún más de las democracias occidentales. En opinión de Bell, la Italia fascista participó en ese conflicto más por una cuestión de supervivencia que por afinidad con Franco: la República se presentó como un régimen netamente antifascista, por lo que su eventual triunfo en la guerra hubiera puesto en jaque al régimen de Mussolini. Fue recién en 1938 que el fascismo adhirió a las tesis racistas del nazismo, probablemente para no malquistarse con su aliado alemán. 


Hitler avanzó a paso rápido: reestableció el servicio militar, la Luftwaffe, remilitarizó Renania, anexó a Austria tras hacer caer al canciller austríaco con una llamada telefónica, logró la cesión de los Sudetes de Checoslovaquia, impuso el Protectorado de Bohemia-Moravia y ocupó Memel con extrema facilidad. Todo esto, ante la mirada pasiva de los gobernantes británicos y franceses. Estos decidieron poner un límite a Hitler, que era Polonia, y por ello buscaron un acercamiento con la URSS a fin de establecer una alianza que disuadiera al Tercer Reich. Stalin negoció simultáneamente con los occidentales y con los nazis, hasta el 23 de agosto de 1939, cuando finalmente rubricó el Pacto Ribbentrop-Molotov, con un protocolo secreto de reparto de varios países europeos. Stalin optó por aquel que podía darle ganancias territoriales. Las autoridades polacas pusieron de manifiesto que no establecerían alianzas con los vecinos que los acechaban, dispuestos a perecer antes de ser esclavizados pasivamente. Según el autor, aquí se expresó la verdadera personalidad determinada de Chamberlain -¡aunque demasiado tarde!, agregamos-. Los alemanes comenzaron su invasión a Polonia el 1° de septiembre de 1939; el 3 de septiembre, por la mañana, el Reino Unido declaró la guerra a Alemania, y Francia lo hizo durante la tarde. Esto, sin embargo, no pasaba del nivel simbólico, ya que no podían enviar tropas. Los británicos no demostraron con hechos su interés por salvar a Polonia en los meses previos, y los franceses habían desplegado una estrategia defensiva, nunca ofensiva.
Con la conquista de Polonia se desplegó la política racista del nazismo: la servidumbre de los polacos al servicio de los alemanes, la reclusión de los judíos en ghettos, sobreviviendo con raciones mínimas, y la germanización con población implantada. Bell señala la relación cordial de la URSS con Alemania hasta junio de 1941, y que incluso Hitler llegó a proponer el reparto del Imperio Británico en una acción conjunta de Alemania, URSS, Italia y Japón. No obstante estas discusiones y propuestas, la ambición de Hitler era la conquista de la URSS europea para establecer el Lebensraum, y que por ello perdió la oportunidad de sumar a grupos nacionales que hubieran colaborado con la invasión. Era la Ostkrieg. La guerra, entonces, estaba encaminada hacia objetivos ideológicos claros por parte de los nazis, a punto tal que privilegiaron la ideología sobre la estrategia militar.
El libro de P. M. H. Bell tiene desarrollos interesantes y permite una visión amplia de la guerra europea, observándola como dos guerras simultáneas: la de Alemania, poniendo énfasis en Europa oriental y para ello asegurándose las fronteras occidentales y septentrionales; y la guerra italiana en el Mediterráneo. Este texto no trata el otro escenario, el del Pacífico y Asia Oriental, con actores diferentes.

P. M. H. Bell, The Origins of the Second World War in Europe. London, Routledge, 2013.

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